miércoles, 13 de abril de 2011

La cárcel del horror

A los presos hay que tratarlos como perros: ponerles grilletes en brazos y piernas y obligarles a arrastrar pesadísimas cadenas. Hay que confinarlos en barracones de mala muerte, obligarles día y noche a picar piedra y dejarles amarrados durante horas a una verja.

Las imágenes parecen sacadas del túnel apolillado del tiempo, pero no: son fiel reflejo de la más reciente historia de los Estados Unidos de América, el país donde los reos vuelven a morir en la horca o a manos de un pelotón de fusilamiento.
Alabama, 1996. Aquí no hay quien crea en la reinserción social, con el crimen hay que ser implacables. El que mató merece la muerte y el que robó tiene que sufrir en su propia carne la humillación y el oprobio.
Los blancos dicen sentirse como negros, los negros afirman que es como volver a la época de la esclavitud y las galeras. Unos y otros son exhibidos como monos en los bordes de las carreteras. Sobre sus trajes de faena, escrito en grandes letras, un estigma que vale por lo peor de las condenas "Chain Gang" ( cuadrilla de la cadena).
El delegado de prisiones, Ron Jones, está más convencido de que la medida servirá "para acabar de una vez con los parásitos penitenciarios que viven a expensas del Estado".
Amnistía Internacional sostiene que las cuadrillas de la cadena violan directamente la Declaración de Derechos de la ONU.
Pero el americano medio, el mismo que acepta con total resignación la inyección letal y la silla eléctrica, no se rasga las vestiduras por un asunto tan lejano. Quien más y quien menos interpreta la vuelta a las galeras como un ejemplo más de la cultura ultraconservadora del profundo sur.
Alamaba, hace diez meses, fue el primer eslabón. Mississipi y Florida se han unido ya a la cadena del "Chiang Gang". En los tres estados se barajan ahora además propuestas para reimplantar los castigos corporales a los presos, suprimidos hace medio año.


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